miércoles, 6 de agosto de 2008

tendencias futuristas en el transporte

El Futurismo



Es otro de los “ismos” de las Primeras vanguardias artísticas del siglo XX de 1909 cuando Marinetti publica en París el “Manifiesto futurista”, aunque las búsquedas se habían iniciado antes por Umberto Boccioni, Giacomo Balla, y Carlo Carra en Italia. Fue una propuesta típicamente italiana aunque aparecieron variantes como en la Rusia zarista que rechazaba el pasado clásico de la península y cualquier cosa del extranjero. Incluso negaba al Simbolismo sin percatarse de que coincidía en muchos aspectos. Y, a pesar de su simpatía con lo emanado de la técnica, había un gran provincianismo o un feroz nacionalismo que transparentaba la crisis cultural de Italia y la hecatombe por llegar: la Primera Guerra Mundial.
La nueva propuesta


El Manifiesto Futurista sintetizaba la relación entre arte y ciencia: Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la de la velocidad.


El estímulo proporcionado por los motores que movían el transporte a velocidades insospechadas, hacía que los futuristas intentaran reproducirlo. Pero, ¿cómo? Ahí estaban las conquistas cubistas que hicieron suyas los futuristas. Los cubistas descompusieron el paisaje en diferentes visuales provocando simultaneidad, era un modo de lograr una dinámica más que evidente, pero los futuristas querían más movimiento, apelando a los juegos de luz y a la sucesión, casi cinematográfica, de elementos para crear la sensación de desplazamientos perpetuos. A su vez, ponían al espectador en el centro del cuadro como en pleno vórtice de un torbellino. Pinceladas ondulantes, concéntricas, a veces fragmentadas, planos superpuestos, líneas que se entrecruzan con un ritmo diferente y bien concebido.


Pero el afán destructor de las vanguardias artísticas de las dos primeras décadas del XX es diferente en el grado de “racionalidad” e “irracionalidad” que alcanzaron, así como en las bases de sus presupuestos estéticos.


Los futuristas tuvieron sus cartas programáticas con las que pretendían destruir iconoclástamente todo el acervo cultural anterior y presente.


Gozaron con el inicio de la Primera Guerra, la “única higiene del mundo”, y se frustraron porque Italia fue neutral, hasta cuando entró a beligerar. Entonces Marinetti, Boccioni, Rossolo y Sant’Elia se enrolaron. En 1916, muere Boccioni dejando un testamento artístico representativo de las búsquedas y contradicciones de los futuristas. Los que quedaron, Severini y Carra, se comprometieron con Mussolini y el fascismo operático. Todo esto coincidía con los gritos artísticos de los dadaístas desde Zurich, a París, con un fin pacifista. Los dos extremos de la revuelta vanguardista en plena conflagración.


No obstante los imperdonables resbalones de los pintores futuristas italianos, sus obras siguen siendo reveladoras. Después de la euforia y la falta de brújula, la confusión, el humo de los “bellos motores de combustión”, y la provocación, sus cuadros y esculturas están en los museos que querían destruir y sirven de enseñanza y testimonio de una época. El Futurismo se adelantó al Op art al captar el movimiento dentro del estatismo bidimensional de un lienzo, también a cierta fotografía que al repetir una imagen apresaría el movimiento, y a todas las tendencias multimedias. En 1986 se realizó una muestra panorámica y retrospectiva del arte futurista en la Bienal de Venecia de ese año: quedó evidenciada su impronta artística de carácter positivo sin lastres ideológicos.

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